Trabajando en el laboratorio de la mente: naturaleza y alcance de los experimentos mentales


Cíntora, Armando. Hernández, Paola. & Ornelas, Jorge. (Editores)

ISBN: 978-607-535-061-5

¡La filosofía debe ser crítica! …o por lo menos eso es lo que desde Platón se nos ha hecho creer: para alcanzar una vida virtuosa Platón propuso la vía racional, solo una vida sometida constantemente a escrutinio era una vida que valía la pena vivir (Ap. 38a5-6). Desde entonces nos hemos movido bajo el supuesto de que gran parte de la relevancia de la filosofía proviene de su putativo carácter crítico. Probablemente por ello científicos, sociólogos, antropólogos, artistas, entre muchos otros, han echado mano de la filosofía para cuestionar sus propias disciplinas, pero cabe entonces preguntar: ¿la filosofía es crítica hacia sí misma? ¿Reflexionan los filósofos sobre el quehacer filosófico mismo? El aseo debería comenzar en casa.

Ahora bien, es cierto que desde sus orígenes la filosofía ha reflexionado sobre sus propios métodos para generar conocimiento (piénsese, por ejemplo, en Aristóteles inventando la lógica, o en Descartes utilizando la duda metódica para buscar la certeza, o quizá en el discurso trascendental del propio Kant, etc.), solo recientemente se han comenzado a evaluar y criticar los métodos filosóficos de manera sistemática. ¿Es el conocimiento filosófico conocimiento tout court? ¿Son fiables los métodos empleados por los filósofos? ¿Son objetivos dichos métodos? El presente volumen se ocupa de estos tópicos, en particular aquí nos enfocamos en una metodología bastante común hoy día entre los filósofos contemporáneos –si bien es cierto que cuenta con una añeja tradición y que también ha encontrado un terreno fértil en las ciencias naturales desde tiempo atrás– a saber, los experimentos mentales.

De entrada, la expresión misma “experimento mental” resulta sospechosa pues parece una suerte de oxímoron:


si algo cuenta como un experimento no puede tener un carácter mental y viceversa. A partir del auge del método científico experimental estamos acostumbrados a asociar de manera automática la noción de “experimento” con un proceso metodológico que sigue ciertas reglas procedimentales, pero que, sobre todo, tiene una ocurrencia en el mundo real, en coordenadas espacio-temporales bien definidas. Los procesos mentales, en cambio, solemos ubicarlos en la mente de las personas sin una ocurrencia espacial determinada. A pesar de que, a primera vista, la expresión “experimento mental” resulta problemática, hoy día se ha vuelto moneda corriente dentro de la metodología científica y filosófica: el experimento de caída libre de Galileo, el gato de Schrödinger, las tierras gemelas de Putnam (1975), el tranvía de Foot (1985), Mary, la súper científica del color de Jackson (1982), el cuarto chino de Searle (1980), los contaejemplos Gettier (1963), entre muchos otros, atestiguan el apogeo de estas divisas metodológicas que, al menos en principio, parecen capaces de generar conocimiento bona fide.